Cuando estoy escribiendo nuevas entradas del blog no puedo evitar que mi mente sonría recordando cuando fue la primera vez que escribí no para mí, sino para un grupo más grande de personas. No, no fue en este blog. Fue hace ya bastante tiempo, en el instituto. Se trataba de mi último año escolar y me pidieron desde la revista del Instituto cuyo nombre era Sacando Punta (absténganse todo aquel mal pensado de comentar con socarrona el titulillo de la revista), que escribiera una recomendación de lecturas que me pareciesen interesantes. Dicho y hecho. Mi horno mental empezó a calentarse y salirme no una sino varios libros para recomendar, como si fueran panecillos. La verdad es que no solo les agrado mi recomendación de libros a los responsables de la revista, sino también a muchos alumnos del instituto, el dato era curioso, no les gustaba la recomendación del libro, sino como estaba escrita y enfocada. ¿Curioso, no? Escribo una recomendación sobre libros y consigo que la gente se entretenga leyéndome a mí y no los libros que recomiendo, va un plan. Al siguiente trimestre publique otras recomendaciones sobre libros, pero mi mente no estaba contenta con escribir solo recomendaciones, tenía que hacer algo que me bullía por dentro. Una idea me estaba rondando, pugnaba por salir adelante, como si fuera un naufrago en medio de un océano que intenta salir a flote. Asique que una tarde cogí boli y papel y me puse al trabajo. No llevaba ni 5 minutos cuando el boli empezó a negarse a escribir. Valla el primer inconveniente que se me presenta, asique que no lo dude y empecé a escribir con el boli rojo. Al principio me costaba un mundo rellenar tan siquiera una línea, puesto que mi cabeza era un caos de ideas y conceptos que no se dejaban organizar tan fácilmente. Paso una semana y ya llevaba 3 páginas tiradas a la basura, tranquilo, pensé ya saldría algo. Pasaron otras dos semanas y el numero de paginas arrancadas en mi cuaderno aumentaba alarmantemente y desesperanzadora para mí. Todos los días me ponía a escribir en el cuaderno y nunca salía nada digno de ser leído, por lo menos según mis criterios. No estaba saliendo tan bien como había pensado en un principio, todo lo contrario estaba siendo un fiasco. Decidí abandonar durante un tiempo aquella tarea que me había puesto a mí mismo, para ordenar mis ideas en mi cabeza. Paso una semana antes de que me pusiera de nuevo a la faena. Esta vez empecé a avanzar más deprisa y no descartaba ni una hoja, aunque los tachones eran bastante abundantes en aquella hoja en blanco. Me faltaba poco para terminar aquel texto cuando decidí leerlo en conjunto. Mis ojos empezaron a pasearse por las hileras de letras de aquellas hojas de cuaderno. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. El escrito estaba casi terminado, no tenía faltas de ortografías importantes, el texto era coherente y se podía seguir fácilmente, pero no me podía creer lo que veía. No tenía alma todo aquel escrito. Se entendía, pero era igual que leer unas instrucciones para montar una tienda de campaña o un manual para poner una lavadora. Aquello estaba alejado de mi intención inicial, de expresar de transmitir a los demás. Cogí todo aquel lio de hojas y lo tire a la papelera. Mi deseo de escribir algo que me salía de las entrañas estaba siendo algo imposible. El intentar poner orden en mi cabeza había logrado solo dar a luz algo sin sentimientos. Mientras estaba en estos pensamientos mis ojos se encontraron con una antigua felicitación de cumpleaños, sonreí. La cogí y la mire con atención. Aquella felicitación había sido escrita por una antigua compañera mía de primero de la E.S.O. Hacía ya unos años que me había escrito aquella felicitación. La felicitación consistía en una hoja plegada por la mitad y pegada con pegamento en la portada había un gusano y a los lejos se podía ver la silueta de una voraz águila. Dentro había una tarta de cumpleaños. Sencillo, pero efectivo para felicitar a alguien. Dentro había unas letras bien apretadas entre sí de color azul. Las leí. Cuando termine vi que a pesar que todo aquello era muy sencillo daba en el clavo, a la hora no solo de felicitar los años, sino de transmitir lo que quería esa persona: su sincera amistad. Aquello me dio una idea y empecé a escribir de nuevo. Las palabras fluían como las aguas de un rio bajando una pendiente, imparables. Me brotaba de las entrañas todo aquello, sin necesidad de ordenarlo, lo que saliese saldría. Cuando termine tenía tres hojas escritas, no las leí, las guarde y al día siguiente las entregue a la revista del instituto. Pasaron unos meses y cuando faltaba unos días para terminar el curso un nuevo número salió a la luz. La gente empezó a mirarla y leerla y cuando llegaron a la pagina 7 se encontraron con un escrito que tenía como titulo Grita. Si, como habréis adivinado aquel texto no era otro que el que me había quitado tanto tiempo de sueño. El escrito iba sobre los malos compañeros de clase, criticas sobre el sistema educativo, las penurias de la gente que sufría maltrato escolar y todo esto centrado en la amistad. Ñoño y previsible pensaran alguno que estará leyendo esto ahora. Ñoño no sé si fue, pero salió lo que quería que saliese. En fin así fue mi experiencia como columnista de una revista estudiantil y el principio de mi afición por escribir.
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