jueves, 13 de mayo de 2010

Distracciones: Francia 1

Una vez más me he puesto al ordenador y a escribir en el blog, pero hoy voy a cambiar un poco mi tono habitual de los últimos meses (que algunos me habéis comentado poco menos que esto parece ya una obra de terror), hoy me cambiare la camisa negra por la camiseta de colores y haber que sale por el teclado. Como todos lo que hemos ido al instituto quien no ha ido a alguna excursión o algún viaje organizado por el centro. Mi caso no es una excepción, era el primera en apuntarme a todo lo que saliese, era una escusa más para salir de aquel infierno y poder respirar otros aires. Las excursiones podían ser de lo más variopintas desde ir a Toledo hasta cruzar la carretera y viole la fábrica de Cuétara. Pero de las tantas salidas, excursiones que realice, el que me gusta recordar y creo que me enriqueció algo fue un viaje que organizo el departamento de Francés, este es pues mi nuevo relato y de el os hablare o mejor dicho os relatare, haceros la idea que estéis leyendo una novela de viajes(bueno un poco pretencioso por mi parte afirmar esto último), ¿preparados?, si alguno creo que me dice que aun no, ya me dice que si, pues apretaros los cinturones imaginarios de vuestra mente que despegamos ya. Un conejo en la pista y una pregunta ¿qué hago yo aquí? Mi mirada estaba concentrada totalmente hacia la ventanilla, por donde se podía ver las pistas de Barajas totalmente despejadas, salvo por una neblina que reinaba en el ambiente en aquella fría mañana de principios de Abril. Deje de mirar por la ventanilla y mis ojos se toparon con el respaldo del asiento que me precedía. A mí alrededor la genta ya se estaba abrochándose los cinturones y las azafatas hacían su última ronda para comprobar que todo estaba en orden antes del despegue. Despegue, mae mia, pensé. En unos minutos estaría volando rumbo a Francia y en unas pocas horas ya no estaría en España, sino en otro país, en otra ciudad. No pude evitar que mi cabeza se fuera hacia unos meses atrás, cuando antes de terminar la clase de Francés, la profesora nos comunico que estaban planeando junto con un instituto francés un intercambio de cartas y si todo iba viento en popa culminaría todo en un viaje a Francia, nos comunico también que tenía que saber quiénes estaban interesados si se producía el viaje y que se lo comunicásemos a nuestros padres. Yo lo tuve claro, no se lo diría a mis padres. Así que a los dos días siguientes cuando la profesora me pregunto si estaba interesado en el viaje y si se lo había dicho a mis padres yo le respondí que sí, claro que solo le respondí a su primera pregunta, jeje. La idea de ir a otro país es algo que me atraía, ya que hasta entonces no había salido de España, pero antes de decírselo a mis padres quería estar seguro que el viaje se produciría y no que fuera un espejismo. Y el espejismo fue cobrando tonos reales y a materializarse y un mes después de mi si, la profesora nos hablo de como seria el viaje y de las condiciones de alojamiento. Y ahora estaba yo ahí, sentado en un asiento de un avión camino de Estrasburgo, una ciudad gabacha en la una zona llamada Alsacia cercana con Alemania. Mis pensamientos seguían bullendo todavía cuando la cosa empezó con el avión empezándose a moverse. Pero nosotros no éramos los únicos que nos movíamos, un pequeño conejo se atrevió a retarnos como diciendo a ver quién de los dos corría más, el, que era un animal creado por la naturaleza y sano o un trasto lleno de una gran manada de humanos. Y el animal aunque parezca mentira nos siguió a la carrera, hasta que el avión empezó a elevarse y el pobre conejo vio que aquel trasto le había ganado la partida, claro, que haciendo trampas, ya que el no podía volar. Después de unos minutos de cierta tensión, me atreví a volver a mirar por la ventanilla, se podía ver las pistas de Barajas y cada vez íbamos subiendo a más altura. No era para tanto, pensé que esto de volar uno se podía acostumbrar. Y a si el paisaje fue cambiando poco a poco hasta que ya solo se veían nubes, que se me antojaba a mí que si uno pudiese pegarlas un bocado descubriría que era azúcar y muy, muy, muy abajo se podía divisar tierra. El viaje resulto ser apacible y no guardo ningún incidente, ni nada señalable. Llegamos al aeropuerto de Paris Orli, donde teníamos que coger otro avión rumbo al aeropuerto de Estrasburgo. El aeropuerto parecía una zona militar, ya que de vez en cuando se veía soldados armados hasta los dientes con unos enormes perros que de vez en cuando te sacaban los dientes como diciéndote bésame guapo, veras como te deja el hocico. La seguridad como veis era máxima, ya que no hacia ni un mes que había sucedido los atentados a los trenes en Madrid, asique que la paranoia era extrema. Aun así no sucedió nada durante el periodo que estuvimos en aquel aeropuerto. Cogimos así pues el último avión que nos quedaba para llegar a Estrasburgo. Es curioso, pensé, en el avión de ida de Madrid a Paris no te ofrecían nada gratuito, lógico por una parte, pero en este sí, también lógico por otra parte ya que era un viaje de poca duración, pero me refiero que era curioso porque el azafato que se encargaba del carrito de la comida traía un montón de galletas en bandejas de plástico y uno no podía evitar pensar en las galletitas que se les da a los perros (mira que soy mal pensado). Y finalmente llegamos al pequeño aeropuerto de Estrasburgo, donde una pequeña cortina de lluvia parecía que nos daba la bienvenida a aquel paisaje totalmente otoñal-invernal. Recuerdo que una extraña sensación de nervios me invadió por dentro y que empecé a preguntarme cosas como por ejemplo ¿seme entendería en francés? ¿Savia lo suficiente de francés como para entender a las personas que me hablasen en aquel idioma? Y mil preguntas más que me invadían en aras de conocer a la familia que me acogería durante aquellos 9 días que duraría mi estancia en aquellos parajes del mundo. Y para mi asombro, mientras todo aquello bullía en mi cabeza, algo parecido a una atalaya o a un esbelto abedul y junto a él en comparación con la estatura de su acompañante había un hombre no muy alto y pelirrojo que me recordó a una zanahoria aparecieron al otro lado del cordón de seguridad que separaba donde estábamos los españoles esperando nuestras maletas. Al final resulto que aquella extraña pareja era el francés con el que me había carteado y el hombre pelirrojo era su padre y hechas las presentaciones nos encaminamos fuera del aeropuerto rumbo al que sería mi hogar durante unos días. Continuara….

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