miércoles, 19 de mayo de 2010
Las otras victimas del infierno: Mi familia
Una de las cosas que veo casi todas las mañanas cuando me levanto es a mi familia, cosas de vivir todavía con los padres. No siempre los veo a todos cuando me levanto, pero a lo largo del día coincidimos o bien a la hora de comer o en la cena, que es cuando solemos coincidir todos. Como veis al igual que todo hijo de vecino, como se suele decir, yo también tengo unos padres, también una hermana, en fin lo que es el núcleo familiar, luego ya están que si tíos, abuelos, primos, etc, etc. Estaréis conmigo que cuando uno pasa por una mala situación o un periodo inestable la familia también lo sufre, tal vez en distinta medida, pero lo sufren. Cuando uno crece y tal vez se aleja de los padres y hermanos (si se tienen hermanos, claro), los problemas afectan quizás menos. Pero cuando somos dependientes de ellos, de nuestros padres, cuando somos menores de edad, cada golpe que nos da la vida a nosotros es un pequeño hematoma que se reflejan en las carnes de nuestros padres. En mi caso el periodo donde por así decirlo mas hematomas se reflejaron en mis padres fue mi etapa en el instituto. Muchos hemos oído aquello de que los hijos son una gran bendición, pero que también son una gran fuente de problemas y complicaciones. Puede que sea así, pero durante aquellos años de calvario que viví de instituto, cada golpe, cada insulto, cada charla que tubo mi madre con el profesorado, con la dirección del instituto y un larguísimo etc, no pude entristecerme por los quebraderos de cabeza que curso tras curso provocaron en mi familia. Solían decirme cuando me agredían aquello de que no seas chivato, que si no te daremos más para el pelo, yo en muchos casos no decía ni mu, pero no por temor a los golpes, sino que llegase todo aquello a los oídos de mis padres, por temor a hacerlos daños. A pesar de que ellos conocían mi problema en el instituto, les intentaba ahorrar los problemas. Sentía que mis problemas y por extensión mi propia presencia les suponían una espina en las entrañas, una espina que ellos no habían buscado, aunque yo tampoco, pero aquella espina me había tocado a mí y no era justo y no podía permitir que toda aquella mierda o al menos parte les salpicara por mi culpa. Eso es lo que pensaba, lo que sentía, no digo que fuera la verdad, la realidad, pero si lo que yo veía, lo que mi mente a base de tantas humillaciones había asumido como cierto. Sin embargo aun hoy en día no puedo evitar un regusto amargo al recordar las preguntas de mis padres cuando volvía del instituto: ¿qué tal hoy en el instituto, se han metido alguien contigo hoy?, tampoco puedo olvidar las palabras que mi madre me dedicaba cada mañana antes de marcharme de casa rumbo al instituto: Pasa un buen día y que nadie se le ocurra hacerte nada. Todavía esas palabras y otras me amargan el paladar al recordarlas, incluso ahora que estoy escribiendo esto lo siguen haciendo. Uno de los sufrimientos que todas los días tenia era el de no hacer daño a mi familia por mi culpa. Un daño que me producían otros a mí y un daño que si llegaban a oídos de mis padres a ellos también les harían daño, pero a pesar de mis esfuerzos vanos por no dañarlos, las otras víctimas de mi acoso escolar eran ellos. Las caras de preocupación, el tono grave de mi madre hacia mi tutor, las conversaciones que teníamos ella y yo cuando llegaba ella del trabajo y me intentaba sacar con saca corchos todo lo que había pasado aquel día. El peso de todo aquello recayó en gran parte sobre mi madre, pues era la que a pesar de estar trabajando era la que llevaba todos los asuntos de la casa, de la educación tanto de mi como de mi hermana, era la que se partía la cara de vez en cuando la situación se desmadraba más de lo habitual, era la que se daba cuenta de los sangrados de mi nariz, de los hematomas de mi cuerpo y también de otros hematomas de esos que no se ven en la carne, sino en el alma, esa capacidad que tienen las madres con sus ojos expertos para detectar cuando algo no va bien con sus hijos. Mi padre era más callado, parecía estar más alejado de todo aquello, apenas comentaba nada sobre lo que le mencionaba mi madre sobre lo que me estaba pasando a mí. No quiere decir esto que todo aquello no le afectase, para nada cuando oía todo aquello que le contaba mi madre su semblante cambiaba hacia un blanco mortecino y no decía nada. Mi padre es alguien sencillo y que siempre a dejado ciertas responsabilidades delegadas hacia mi madre en la creencia que ella u otros eran capaces de solucionar o entender situaciones que a él se le escapaba. Y sin embargo a pesar de ese aparente dolor silencioso hacia la situación de su hijo, tiempo más tarde, después que me marche del instituto me entere no por el, sino por otros de algo acontecido, de un asunto, donde mi padre intento hablar y solucionar en parte el problema encargándose que un chaval de mi pueblo no se metiese conmigo (no entrare en más detalles, solo basta decir que esa acción, una acción callada reflejaba su preocupación y un esfuerzo que le supuso para el por intentar solucionar en parte mi problema). Y cuando me entere solo pude sentir gratitud, respeto y reconocimiento por aquel hombre sencillo que era y es mi padre, que se había pasado toda la vida trabajando y hecho un cabron, como suele decir el para que tuviésemos algo que echarnos a la boca. La culpa era algo que me abordaba de vez en cuando, la culpa de hacer daño a mis seres queridos, pero todo aquello paso. En fin esta entrada va dedicados a ellos a mi familia, en especial a mis padres, a mi madre por las horas en vela que le hizo pasar todo aquel infierno que pase, por las arrugas que le aparecieron como consecuencia de todas las preocupaciones que todo aquello le causaron. Gracias por sus consejos, por sus palabras, por una simple mirada de comprensión, gracias por entenderme y apoyarme, gracias por ser mi madre, mi madre. Gracias por ser mi padre ese hombre sencillo, atolondrado en ocasiones, testarudo, gracias por ser así.
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