viernes, 4 de junio de 2010

Correr

Mis piernas al igual que mi cuerpo no es que sean físicamente cosa del otro mundo, pero si que me siento orgulloso de ellas. Estas dos piernecitas que ahora están quietas en el suelo mientras su propietario escribe, han corrido delante y detrás de cosa o persona imaginable y más. Cuando era apenas un criajo de poco menos de un metro de estatura mis piernas se aceleraban cuando veían a una oveja y salían en persecución de esta, aunque en ocasiones era yo el que salía pitando cuando algún carnero se pensaba que era un autentico toro bravo en los San Fermines (cosas de vivir en un pueblo y de que uno tenga un padre pastor). Cuando empecé a medir algo más, el deporte de la persecución de cabras y ovejas se me quedo como un deporte menor y mis piernas empezaron a correr detrás de una borrica nerviosa que tenía mi padre y que hacía lo que le daba la gana y había que ir a por ella a la Conchinchina a por ella (y encima el animalito majete cuando te veía se ponía a correr, ¿correr he dicho?, quise decir galopar, ríete tu de los caballos purasangre y compañía). También han corrido apresuradamente por la acusada sensación de urgencia al ver que el reloj avanzaba y que uno llegaba tarde. En fin he corrido por muy distintas circunstancias y por motivos varios durante mi infancia, adolescencia y hoy en día sigo haciéndolo para sentirme vivo, ya que la sensación que me produce es de un gran subido (cosas de un raro, jejeje.). Pero nunca imagine durante mis años de infancia, ni menos un año antes que entrase al instituto que tendría que correr para huir de los compañeros de instituto que me querían agredir y que la diferencia entre correr más rápido o más lento que ellos supondría la diferencia entre caer en las garras o no de algún compañero aburrido o que intentaba evadirse de sus propias miserias a través de agredirme a mi o al que pillase por el camino. Entonces mis piernas empezaban a ponerse frenéticamente en movimiento y que la suerte me sonriese para no caer en manos de aquellos que corrían detrás de mí. Claro, corría cuando la situación me lo permitía, pues no siempre podía hacer eso. Tengo mi cerebro embotado de recuerdos relacionados con corre, corre que te pillo y como te pille te voy a dejar como un coche triturado por una trituradora. Podría mencionar no uno ni tres momentos relacionados con aquellas persecuciones. Recuerdo un día que en el recreo me amenazaron y me prometieron que ya podía correr que como me pillasen me iba a enterar. U otra vez al salir del instituto tuve que evadir a unos muchachos en la puerta del instituto y salir corriendo hacía el autobús al darme cuenta que me habían visto. La sensación de angustia y de angustia eran los motores que me daban fuerza para correr, el corazón seme revolucionaba, notaba como la sangre me corría agitadamente por las venas y los latidos del corazón me palpitaban en el oído como si fuera una tamborrada de tambores en semana santa. Pero no por mucho correr lograba evitar el acoso, no siempre. Además según paso el tiempo las ganas de correr para poner el pellejo a salvo se fueron amortiguando y una sensación de dejadez y de puro camicace se apodero de mí ante el peligro que se avecinaba y que uno podía ver a kilómetros de distancia. Para que correr si más tarde o temprano el o ellos u otros me cogerían más tarde o temprano y acabaría igual que otras veces.

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