viernes, 8 de octubre de 2010

Payasadas

En mis años de aguantar burlas y eso que llamamos bromas pesadas atesore un buen número de las dos. Como comprenderéis las risas procedían del gracioso de turno y de la camarilla fiel y leal que traía consigo para que le riesen la gracieta última contra el pobre tonto de turno. En una de esas ocasiones fui victima de una de las más viejas bromas pesadas que existen en este cosmos. No recuerdo muy bien en que mes ni en que estación ocurrió aquel día, pero si recuerdo que venia del recreo. En la clase ya había dos muchachos, estos estaban en clase castigados si salir al recreo. El profesor encargado de estos muchachos hacía ya unos minutos que se había marchado. No sospeche que las miradas que me dedicaban de soslayo indicasen que estaban o habían planeado contra mí. A esas alturas ya, no era muy raro que provocase mi presencia miradas como aquellas o ciertas risas de desprecio. Me senté en la silla. En ese momento los dos chavales salieron del aula, para regresar al rato, acompañados de otro muchacho.                                                                                                              -Oye, alguien quiere hablar contigo, afuera.- Me comunico uno de los muchachos. Pero que queréis que os diga, no le hice ni caso, temiendo que fuera algún tipo de emboscada. Ni me moví de la silla. Intentaron más tarde que me moviese con el supuesto de que tenía algo en la silla. Pero era y sigo siendo una persona muy testaruda y ni por esas me moví. Más me hubiese valido moverme, quizás la humillación hubiese sido menor y ante menos ojos. En fin, la clase empezó, sin que me levantase de la clase. Pero cuando se me callo un boli al suelo fui a recogerlo y al hacerlo metiendo más impulso en agarrar el boli de lo normal sentí que algo se desgarraba. El pantalón del chándal. Había sido victima de la broma más vieja la silla untada de pegamento. Las risas fueron estruendosas cuando me levante y la clase vio como en el trasero del chándal un hueco dejaba al descubierto mis calzoncillos. Mi consternación fue pequeña si consideramos las risotadas de mis compañeros de clase. Una vez más humillado, con una payasada, una vez más, una payasada para el baúl de los recuerdos. Lo que peor me sintió aparte del destrozo del pantalón, fue las risotadas el puñetazo que eso supuso para mi animo, una vez más.

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